La casa de mis
abuelos paternos era un gran chalet, que ocupaba la esquina y algo más.
cuando los visitábamos puesto que vivían en la hoy ciudad de Santa
Isabel, nosotros en otra localidad de la provincia, me invadía la
alegría de estar en esa casona, enorme, con jardín, lleno de limoneros
naranjeros y una higuera. Flores diversas , la infaltable rosa de color
púrpura que era la mimada de mi tía soltera, que vivía con mis abuelos.
La casa había quedado grande, de los 9 hermanos ya todos habían partido con diferentes rumbos solo estaban María mi abuela , Andrés el abuelo y mi tía Margarita.
Comíamos en un inmenso comedor con ventanas al jardín, ventanas de vitró que embellecían el lugar. Mi abuelo un hombre muy alto, italiano venido a la Argentina siendo joven, mi abuela igual. Cosa rara nunca supimos por nuestros padres, si se conocieron aquí o ya venían casados. Nunca lo sabremos quizás, todos han partido.
Mi abuela, la recuerdo con toda claridad, callada, ciega por la diabetes estaba siempre sentada en la cocina, en una silla, con poca luz- la cocina era algo oscura- ella no la necesitaba desde luego. Su enfermedad quizás la hizo así poco cariñosa poco expresiva, siempre sentada en ese lugar siempre pronunciando muy pocas palabras.
La casa tenia el piso superior con 5 habitaciones, todas ellas vacías ya, solo una ocupada por mi tía. Todo en madera lustrosa, la escalera, el pasamanos, los pisos, menos desde luego cocina y ese amplio comedor diario. el comedor de los mates las charlas, las tortas.
Años de mi niñez donde todo lo que vivía me resultaba hermoso, el correr por el jardín, al juntar los huevos que las gallinas dejaban- nunca faltaba un gallinero- el comer las naranjas arrancadas del árbol, era una fiesta visitar a mis abuelos, hacer el viaje y entrar a besar a esa mujer de rodete y canas que me decía hola querida.
Todo pasa, sin duda todo pasa, primero partió mi abuelo en su lecho de muerte todos sus hijos y una niña que a pesar de que no la querían dejar pasar , lo hizo y vio la muerte allí en la cama enorme donde su abuelo yacía tan blanco. Esa niña no se impresionaba por la muerte.
Luego la abuela , su enfermedad la venció y la casa quedó inmensa y vacía.
Los hermanos se la legaron a su única hermana soltera y la que había cuidado de sus padres, tía Margarita. Ella , la vendió y se mudó a Buenos aires, allí vivió hasta que la edad hizo que viniera a Rosario donde dos de sus hermanos vivían.
Hoy ya no están, aún siento las voces "veo" el mate pasando de mano en mano, miro a la niña corriendo por el jardín, aún resuena en mi mente el hola querida de esa abuela triste que siempre estaba sentada en esa silla en la oscura cocina.
La casa había quedado grande, de los 9 hermanos ya todos habían partido con diferentes rumbos solo estaban María mi abuela , Andrés el abuelo y mi tía Margarita.
Comíamos en un inmenso comedor con ventanas al jardín, ventanas de vitró que embellecían el lugar. Mi abuelo un hombre muy alto, italiano venido a la Argentina siendo joven, mi abuela igual. Cosa rara nunca supimos por nuestros padres, si se conocieron aquí o ya venían casados. Nunca lo sabremos quizás, todos han partido.
Mi abuela, la recuerdo con toda claridad, callada, ciega por la diabetes estaba siempre sentada en la cocina, en una silla, con poca luz- la cocina era algo oscura- ella no la necesitaba desde luego. Su enfermedad quizás la hizo así poco cariñosa poco expresiva, siempre sentada en ese lugar siempre pronunciando muy pocas palabras.
La casa tenia el piso superior con 5 habitaciones, todas ellas vacías ya, solo una ocupada por mi tía. Todo en madera lustrosa, la escalera, el pasamanos, los pisos, menos desde luego cocina y ese amplio comedor diario. el comedor de los mates las charlas, las tortas.
Años de mi niñez donde todo lo que vivía me resultaba hermoso, el correr por el jardín, al juntar los huevos que las gallinas dejaban- nunca faltaba un gallinero- el comer las naranjas arrancadas del árbol, era una fiesta visitar a mis abuelos, hacer el viaje y entrar a besar a esa mujer de rodete y canas que me decía hola querida.
Todo pasa, sin duda todo pasa, primero partió mi abuelo en su lecho de muerte todos sus hijos y una niña que a pesar de que no la querían dejar pasar , lo hizo y vio la muerte allí en la cama enorme donde su abuelo yacía tan blanco. Esa niña no se impresionaba por la muerte.
Luego la abuela , su enfermedad la venció y la casa quedó inmensa y vacía.
Los hermanos se la legaron a su única hermana soltera y la que había cuidado de sus padres, tía Margarita. Ella , la vendió y se mudó a Buenos aires, allí vivió hasta que la edad hizo que viniera a Rosario donde dos de sus hermanos vivían.
Hoy ya no están, aún siento las voces "veo" el mate pasando de mano en mano, miro a la niña corriendo por el jardín, aún resuena en mi mente el hola querida de esa abuela triste que siempre estaba sentada en esa silla en la oscura cocina.
