Había una vez, en un lejano paìs, un hombre por fuera grande y por dentro pequeño, que instalò un kiosco.
Quiso que su kiosco fuese el màs grande de la ciudad, el màs hermoso, el màs completo y el màs visitado.
Y por un tiempo asì lo fue... y todos eran felices.
Hasta que un día abandonó el kiosco. Sin darse cuenta se olvidò de sus amigos... e imaginó un mundo lleno de colores y se lanzò a pintar ilusiones. Cuando las ilusiones se terminaron y no tuvo nada màs que pinter... volviò al kiosco.
Pero ese kiosco... ese kiosco no era el mismo. El polvo lo había cubierto, sus amigos se habían marchado y solamente se acercaban los revendedores de baratijas.
En un último intento por recuperarlo, tomó la brocha gorda y lo pintò, lo remozò... pero ahora, tristemente, se parece a un circo abandonado.
Moraleja: no abandones nunca tu sueño, ni quieras cambiarlo por menudencias. No cuentes las moneditas, dale valor a quien es el portador de las moneditas.